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La ethica cordis en contra de la violencia


Por: Fernando Silva

La desequilibrada intención de emplear la violencia para lastimar, violar, despojar, oprimir, subyugar, deshonrar, torturar, devastar o asesinar a alguien e incluso a otras especies, puede calificarse como una «agresividad patológica» que se ubica en las sociedades con tipologías causales complejas. La preponderancia de los entornos sociales, así como de las características de cada individuo —en el origen del proceder violento— requieren de una reflexión profunda para comprender, en cada caso, la raíz de tan malsano actuar. La relación con los trastornos de personalidad, incluyendo la impulsividad, la regulación emocional, la misantropía, el narcisismo y amenazas al «yo» encuentran relación entre definidas perturbaciones de naturaleza antisocial. Otros factores importantes que suelen excitar aversión hacia otro ser viviente, se encuentran con la ingestión excesiva de bebidas alcohólicas y/o al consumir sustancias químicas que alteran el estado mental.

Tan nocivo proceder contrae variados perfiles, entre ellos el abuso verbal, definido como la comunicación ofensiva, que pone en riesgo el bienestar emocional y psicológico de las personas que lo sufren; se basa en el poder y el control, acompañando frecuentemente a otras formas de abuso que van seguidas de indudable conmoción somática. En la etiología del comportamiento violento, se han expresado factores innatos biológicos que comprenden las disfunciones neuropsicológicas, las de índole genético y las variaciones en los neurotransmisores que incrementan la impulsividad, la irritabilidad o la desorganización de la conducta. Asimismo, los factores externos que dañan el comportamiento se presentan con mayor tenacidad durante el desarrollo infantil, cuando los menores de edad son «educados» con malos tratos y en escenarios sociales corrosivos, que al interactuar acrecientan la predisposición hacia los hábitos transgresores.

Esas destructivas acciones también son un contundente efecto de las causas que imposibilitan al ser humano para que solvente necesidades fundamentales como: Alimentación, salud, vivienda, vestido, respeto, buena educación, libertad, formación escolar, dignidad, afecto, bienestar e identidad. Entonces, resulta imprescindible el no permitir que estas carencias sigan siendo parte trascendental del nocivo fenómeno de la violencia.

Si consideramos detenidamente los perniciosos entornos que se engendran en el mundo, invariablemente surgen otros elementos de razonamiento para demostrar como las desfavorables concomitancias económicas, que sin escrúpulos, arruinan a alguien por considerarle una persona improductiva o, por su vulgar regodeo en la producción de series de televisión que además, consideran «espectáculos para las masas» y en las cuales la recurrencia de los mecanismos en donde la combinación de violencia, ira desbordada y muerte coloca a ladrones, sobornadores, narcos, asesinos, violadores, corruptos y proxenetas como ídolos, del mismo modo, a quienes participan en las peleas de box; las corridas de toros; la caza y pesca deportiva; el asesinato de caballos de carreras y de espléndidos galgos —bajo el inhumano argumento de que ya no cumplen con las condiciones idóneas para competir— así como en las peleas de perros, gallos y hasta de insectos. Lo controvertible aquí es su valoración de la vida y lo que estos deplorables acontecimientos le transmiten a un importante sector social que es susceptible a su perjudicial influencia.

Si bien no podemos decir que todo vínculo es violento o encierra violencia, sí podemos admitir que invariablemente está presente dentro de las más variadas formas de relación personal, familiar y social, y que cuenta con variaciones constantes, por lo que su estudio nos puede mostrar en cientos de investigaciones algunos aspectos globales del tan incorrecto comportamiento de buena parte de la humanidad.

En contrasentido, es importante fortalecer una Ethica cordis, como óptimo fundamento para la ética cívica, comprendiendo que el compromiso moral es aquel que reconoce respetuosamente a sus semejantes. Para llegar a buen término e inspirados en principios declarados en los Derechos Humanos, es importante empoderar a las personas; brindar justicia distributiva en donde se repartan, equitativamente, las cargas y beneficios; dar apertura al diálogo en donde se tenga en cuenta a los afectados por actos violentos y la responsabilidad por los seres indefensos a la vez de trabajar por un desarrollo sostenible de los ecosistemas.

Se combinan aquí dos trascendentales alocuciones: la que constituye los derechos humanos y la que ampara las relaciones entre los individuos. Así, la primera responde a exigencias éticas, no mandatos legales, aunque pueden inspirar y promover legislaciones de muy diversas maneras. La segunda, se distingue por la aceptación de los valores que son favorecidos en una sociedad para consolidar las cualidades de ser honestos y de rectitud moral. En ese sentido, los países se necesitan bilateralmente para poder continuar con dignidad hacia el respeto de todo ser viviente y por la custodia de nuestra Madre Tierra, por lo que las naciones deberían celebrar el «Día de la Interdependencia» más que el de sus independencias, porque mal lo tiene el país que quiera construir su desarrollo en solitario.

Por el bien de todos, bajémosle —por lo menos— dos rayitas al inadmisible potencial de hacer daño.

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