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​El negocio del cannabis se debilita ante decisiones políticas

​​Redacción: Raquel García 

​El negocio del cannabis se debilita ante decisiones políticas
Las recientes decisiones en Estados Unidos sobre el cáñamo revelan incertidumbre y contradicciones. Entre suspensiones, impuestos desproporcionados y discursos políticos vacíos, la industria enfrenta su mayor crisis desde la legalización.

​Lo que está ocurriendo en Estados Unidos con el cannabis y el cáñamo (definido como cannabis con menos del 1% de THC) es un recordatorio de que ninguna industria, por legal que sea, está a salvo de la política. En cuestión de semanas, decisiones tomadas desde los despachos estatales y federales han puesto en jaque a miles de productores, empresarios y consumidores, desestabilizando un mercado que hasta hace poco parecía imparable. 

​En Ohio, el gobernador impuso una suspensión de sesenta días a la venta de productos derivados del cáñamo que contengan THC. La medida, presentada como una acción de salud pública, paralizó instantáneamente la cadena de distribución, detuvo inversiones y provocó pérdidas millonarias. Más allá de su impacto económico, envió un mensaje preocupante: el estatus legal del cannabis puede cambiar en cualquier momento dependiendo del humor político de los gobernadores. 

​En Michigan, la situación tomó otro rumbo, pero con el mismo efecto desalentador. El nuevo impuesto mayorista del 24% al cannabis, sumado a los ya existentes, amenaza con expulsar del mercado formal a decenas de pequeños operadores. En lugar de consolidar la economía legal, la empuja nuevamente hacia la informalidad. En ese escenario, los consumidores pierden confianza, los empresarios se desmotivan y el Estado termina recaudando menos dinero de los impuestos que impone. 

​A nivel federal, las señales tampoco inspiran optimismo. Aunque Donald Trump ha intentado capitalizar el debate con declaraciones ambiguas sobre el CBD, la industria ya no se deja engañar tan fácilmente por promesas vacías. Los empresarios y consumidores piden hechos, no discursos. La paciencia del electorado cannábico, cada vez más informado y politizado, se agota. 

​Este panorama refleja una crisis de confianza múltiple: los consumidores desconfían del gobierno, los empresarios temen los vaivenes regulatorios, y los estados compiten por imponer su propio criterio sobre una materia que sigue sin marco federal claro. Esa falta de coherencia convierte al mercado del cannabis en un terreno inestable, donde cualquier cambio político puede desatar el caos. 

​México debería mirar con atención este espejo. Nuestro país tiene la oportunidad de construir una industria cannábica sólida, pero eso solo será posible con reglas claras, impuestos justos y una visión de largo plazo. El cannabis no debe ser un tema electoral ni un enemigo moral, sino una herramienta económica, científica y social. El freno que Estados Unidos le ha puesto a su industria del cáñamo es una lección: cuando la política se impone sobre la razón, incluso la planta más resistente puede marchitarse. 


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