La Raska: ska mañoso, parche y conciencia de clase desde Boyacá
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Redacción Marlone Serrano

En un país donde las bandas emergentes rara vez cruzan el umbral de lo alternativo, La Raska ha logrado consolidarse como algo más que un grupo musical: es una comunidad en resistencia. Su sonido —una mezcla explosiva de ska, cumbia, punk, hardcore y rap— no solo enciende cuerpos, también despierta conciencias.
Con su primer álbum Actividades Liberales, grabado sin disquera, sin estudio profesional y sin más recursos que su voluntad colectiva, La Raska se posiciona como un ejemplo vivo de autogestión y creatividad desde abajo. El nombre del disco surgió de una anécdota burocrática al intentar registrar el proyecto como empresa. “Nos dijeron que éramos actividades liberales. Y así nos quedamos”, cuenta entre risas Jendry, vocalista del grupo.
Más allá del humor, esa respuesta se convirtió en una afirmación política. “Somos artistas sin jefes, sin garantías, pero con dignidad”, afirma la banda. En el proceso participaron diez músicos que, entre trabajos precarios y clases escolares, lograron grabar cada pista con lo que tenían a mano: micrófonos prestados, partituras caseras y mucha terquedad creativa.
Ska mañoso y territorio
La Raska no hace ska tradicional, hace ska mañoso: un género híbrido que nace del rebusque, de los parches de barrio y de una identidad sonora forjada en la precariedad. “No seguimos fórmulas. Nuestra música suena como vivimos: entre la calle y la vereda, entre el pogo y la reflexión”, explica Mairon Orjuela, uno de los músicos del grupo.
Desde Tunja, han creado un universo cultural en el que la música se cruza con el arte visual, la poesía, el rap y la crítica social. Prueba de ello es la Escoprofarra, evento autogestionado que desafía el modelo de los festivales comerciales. Ahí, la diversidad se celebra sin necesidad de patrocinios, con acuerdos solidarios entre bandas: “Tú tocas en mi evento, yo toco en el tuyo”.
Conciencia de clase y resistencia
Sus letras hablan de violencia, desplazamiento, desigualdad, y sueños rurales y urbanos. “Somos hijos del trabajo informal, del campo, de las amas de casa. No venimos del privilegio, por eso nuestra música es también conciencia de clase”, dicen.
Durante la pandemia, cuando muchos proyectos se apagaron, ellos siguieron componiendo desde casa. Y cuando perdieron vocalistas, se repartieron el micrófono. Porque en La Raska, el liderazgo es colectivo y la creación es horizontal.
Mirando hacia adelante
Hoy, con su primer disco circulando y nuevos proyectos en camino —incluidos tres temas para un segundo álbum y un tercer videoclip en producción—, La Raska quiere que el país escuche que en Boyacá no solo hay ruanas y papa, también hay ska con conciencia y fiesta con fondo.
En tiempos de desesperanza, La Raska demuestra que sí se puede hacer arte desde abajo. Que la música puede ser una trinchera, una fiesta, una conversación política y una red de afectos.
Si creías que la música independiente estaba en crisis, Actividades Liberales es la mejor prueba de lo contrario. Porque sí: resistir también puede ser sabroso.