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Del "sound system" a las listas de éxito: la deuda histórica con la música jamaicana

Redacción: Guicel Garrido 


A finales de los años 60, Jamaica revolucionó la música mundial, pero sus artistas pagaron un precio muy alto. Entre contratos verbales, deudas impagadas y un sistema heredado del colonialismo, los creadores del reggae fueron despojados de sus derechos, dejando un legado de gloria cultural marcado por la injusticia económica y la pobreza. 

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A finales de la década de los 60, Jamaica no sólo exportaba personas hacia el Reino Unido; exportaba una revolución sonora. Tras el éxito del Ska y el Rocksteady, el mundo descubrió el Reggae, un ritmo que brotó de los sound systems callejeros para conquistar las listas de éxitos internacionales. Sin embargo, detrás de la vibrante cadencia de los bajos y el mensaje de unidad, se esconde una de las páginas más oscuras de la industria discográfica: el saqueo sistemático a sus creadores. 


La llegada masiva de jamaicanos a Gran Bretaña creó un mercado hambriento de sonidos caribeños. Discográficas como Trojan Records fueron fundamentales para que esta música cruzara el océano; sin ellas, es probable que el Reggae nunca hubiera abandonado las costas de la isla. Pero el precio de esa internacionalización fue el despojo. 


Las empresas británicas, bajo una estructura con matices postcoloniales, optaron por el camino más sencillo y lucrativo: firmar contratos directamente con los productores locales en lugar de con los artistas. Este modelo permitió que el dinero se quedara en los eslabones intermedios, dejando a los músicos desprotegidos y, en muchos casos, ignorantes del éxito que sus propias voces cosechaban en Europa. 


En aquella época, la industria musical en Jamaica se regía frecuentemente por acuerdos verbales. Los productores vendían las grabaciones al extranjero sin informar a los cantantes, evitando así el pago de regalías (royalties). El resultado fue devastador: mientras sus canciones se convertían en himnos globales, muchos de los pioneros del género murieron en la extrema pobreza, desposeídos de los derechos legales sobre su propia creatividad. 


La situación alcanzó un punto crítico en 1975, cuando Trojan Records cerró sus puertas dejando una estela de deudas impagadas. Desde entonces, el catálogo del sello ha pasado por múltiples manos corporativas, pero ninguno de los nuevos dueños ha mostrado interés en resarcir económicamente a los auténticos arquitectos del sonido. 

 

Es paradójico que una isla tan pequeña haya tenido un impacto tan desproporcionado en la evolución sonora de la humanidad sin que sus protagonistas hayan recibido el reconocimiento que merecen. A día de hoy, la "vergüenza del Reggae" sigue siendo una herida abierta. La industria tiene una deuda histórica con aquellos visionarios que, aunque cambiaron el mundo con su música, terminaron siendo víctimas de un sistema que valoró el producto pero despreció al ser humano. 


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