Por: Fernando Silva
Los notables progresos en la investigación científica predisponen amplias convenciones filosóficas, por lo que es natural la propulsión de erudiciones que encausan el conocimiento mediante la comprensión teórica y práctica y, con ello, la implementación óptima de metodologías de enseñanza y aprendizaje para el desarrollo de capacidades de todo estudiante, facilitando de esta manera la concordia formativa por vías lúdicas y académicas loables y significativas que generen procesos de estudio que admitan el desarrollo de capacidades, habilidades y aptitudes necesarias para asumir -en mejor condición- la vida personal, social y profesional. Desde este entendido, es viable promover el rumbo didáctico hacia la caracterización de la población escolar en todos los grados y materias de estudio.
El sentido social en la enseñanza de las ciencias debe responder a la idea de que no sea tan sólo a limitarse al análisis de las propuestas sobre el currículo contenido en planes, programas y materiales didácticos, sino incluyendo a las que aplican los docentes, aún más, de los que son científicos en activo. Esto constituye un serio escrutinio sobre que la instrucción de las ciencias no puede circunscribir exclusivamente a las distinciones que generan las propuestas formales e institucionales; por lo que es indefectible abarcar en las aulas un objetivo con miras de mayor alcance. De esta manera los principales actores -docentes y alumnos- puedan contar con garantes condiciones para afianzar el sentido que adquiere la correspondencia pedagógica en la práctica.
Algunos aspectos a tomar en cuenta es que se logre un carácter cualitativo etnográfico para apelar al respeto de los entornos socio-culturales de los alumnos, profesores y maestros, en consecuencia, de las escuelas e instituciones de educación básica y superior -tanto públicas como privadas- así como observar las condiciones en las que se encuentran sus instalaciones, aportando la adecuada información sobre los programas de formación docente, tanto inicial como de actualización para contar con sobresalientes elementos analíticos acerca de la perspectiva didáctica con la que se instruyen y ejercen su labor educativa.
Siguiendo esta línea de pensamiento -en bien de nuestro planeta y de todo ser viviente- es importante determinar los atributos específicos de la ecología, así como de la disciplina científica que la ubica dentro del ámbito educativo formativo y sobre las concepciones alternativas que tienen los alumnos sobre temas estructurales del estudio en torno al medio ambiente y a los ecosistemas. La reflexión teórica permite el que esta ciencia acreciente la participación de los profesionales en la materia, como vigilantes de los fundamentos y métodos del conocimiento científico de los contenidos que se trabajan bajo el enfoque de educación ambiental, para no caer en un reduccionismo conceptual y de los planes de estudios basados tan sólo en el debate que entablan docentes y alumnos desde sus entornos cotidianos.
La formación en temas ecológicos impone el inquirir sobre las variables articuladas con las particulares del propio objeto de conocimiento, el enfoque curricular que se le dará y los aprendizajes que se esperan lograr. Las investigaciones sobre las estructuras semánticas y los que retoman las concepciones alternativas de los alumnos, nos permiten observar modelos de enseñanza-aprendizaje colocados en la idea de que el conocimiento científico es una construcción social producto del esfuerzo humano, así como que el proceso de aprendizaje resulta de la interacción entre los esquemas mentales del que aprende y las características del contexto de aprendizaje. De este modo, tienen notable valor las estrategias cognitivas, de la conciencia de los propios procesos de pensamiento y la comprensión de los patrones detrás de ellos, así como los propósitos e intereses de los alumnos; por lo que adquiere importancia el sentido de cada situación de enseñanza y aprendizaje para cada individuo, grupo y circunstancia.
El aprendizaje sólo es significativo cuando puede relacionarse de modo no arbitrario y substancial, con lo que el alumno ya sabe, ya que de otra manera, la adquisición de conocimientos no sería otra cosa más que un proceso basado en la reestructuración de las teorías de las que dichos conceptos forman parte. Otra particularidad a considerar es la extendida preocupación de estudiar y comprender la realidad educativa, desde la perspectiva de los sujetos que participan en ella y cuyas intenciones intranquilizan desde el momento en que disponen sus propósitos a obscuros intereses empresariales, lo que representa no sólo la distorsión de los objetivos, sino la alarmante descomposición formativa. La investigación científica —y en especial la que indaga sobre la enseñanza de la ciencias— requiere de lograr insertarse en el sistema educativo con proyectos de mayor alcance que los que hasta ahora se han desarrollado, para llegar de manera positiva y representativa a los docentes con la intención de evolucionar las prácticas didácticas que, hasta la fecha, constituyen tremendo inconveniente al progreso de una conciencia y cultura científica cardinal.
La correspondencia entre la investigación y el desarrollo educativo, comenzando por las políticas públicas y finalizando en las aulas, requieren de serias innovaciones para hacerlas más productivas y menos dependientes de otros factores que llevan a tomar decisiones que no son recomendables y que, al imponerse como necesidades de sectores industriales ajenos a los procesos, fines y estándares de la educación superior, se muestran anacrónicos tanto en el corto como en el mediano plazo y juegan en detrimento de decisiones mejor sustentadas y que podrían dar frutos de significativa trascendencia y de mejoras efectivas de la calidad en la formación profesional, sobre todo en los países más vulnerables a la influencia de empresarios y servidores públicos desacreditados por desempeñar actos de cohecho y de corrupción.
Una vez más estimado lector, hagamos conciencia y favorezcamos la formación integral, esa que se cimienta en la alianza entre el conocimiento socio-humanista y el científico-tecnológico, en donde las estrategias pedagógicas de educación y de valores profesionales estén a favor del bien común, de todas las especies y de nuestra Madre Tierra.
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